12 diciembre, 2005

Reacción*

*(artículo para Capgros.com)
Crecen las reacciones en Madrid contra el proyecto de Estatuto que aprobado por el Parlamento de Cataluña ya ha empezado su tramitación en el Congreso de los Diputados.
Todavía no se han apagado los gritos de la última manifestación de la derecha contra el Gobierno en la Puerta del Sol, en defensa (sic) de la Constitución (que como reconoció Piqué se hizo por lo que se hizo), y no tardaremos demasiada en saber su resultado en los estudios demoscópicos que auguro que no serán positivos para los socialistas.
Los que fueron Presidentes del Congreso y del Senado en el periodo constituyente encabezan un manifiesto de "abajo firmantes” publicado en la prensa (¡Cuántas cosas está aprendiendo a hacer la derecha!) titulado “En defensa de la Constitución española”, evidentemente por culpa del Estatuto:
“Por esto produce alarma en el cuerpo social la presentación en el Congreso de los Diputados del llamado nuevo Estatuto de Cataluña, que en muchos de sus extremos se manifiestamente anticonstitucional, y cuya aprobación supondría avalar un intento subrepticio de reforma de la Constitución.”
Y enganchados también a las nuevas tecnologías de la comunicación anuncian una web propia.
Pero no es solamente la derecha, intelectuales de reconocido prestigio como el catedrático de historia económica Gabriel Tortellà se mojan en el tema. En un artículo en “El País” que titula: “La razón de la sinrazón”, muy en la línea ortegiana termina diciendo:
“Yo confieso no conocer la solución del problema. Parafraseando a Ortega, el problema del nacionalismo no se puede resolver. Hay que conllevarlo. Pero creo que quienes tomas decisiones políticas deben tener esto muy claro: hay una lógica muy poderosa en la irracionalidad nacionalista: hay razón en la sinrazón y, si esto se olvida, las consecuencias pueden ser catastróficas.”
El premio Espasa de ensayo de este año fue otorgado al trabajo de Irene Lozano publicado con el título: ”Lenguas en guerra”. Defensa del bilingüismo desde una opción progresista, dice la autora.
“Hacer monolingües de una lengua minoritaria a hablantes de comunidades bilingües o proporcionarles un deficiente conocimiento de la lengua escrita, por no trabajar con ella los textos escolares y relegarla a mera asignatura, equivale a restarles oportunidades de antemano, sin dejarles elección, por más que complazca a coleccionistas de especies endémicas o a extravagantes muñidores de hechos diferenciales.”
Y el reconocido historiador y comentarista progresista Santos Juliá en su comentario quincenal en el suplemento Domingo también de “El País” publica un artículo demoledor: Sin ningún entusiasmo, que acaba brutalmente (al menos para mí) :
“Por eso, cuando se vuelve a oír esa copla, si la cantan los amigos, se le podrá, y aún deberá, prestar una cortés atención, pero que no pidan que salgamos a la calle a tocar palmas porque, la verdad, de lo que té entran ganas es de quedarte en casa y meterte en la cama a dormir.”
¿Hasta dónde, pues, están dispuestos a llevar los que proponen la actual redacción de la reforma del Estatuto, que no lo olvidemos son 120 sobre 135 del componentes del Parlamento, su contenido? Más allá de su convicción sobre la necesidad, la bondad y la legitimidad del texto, ¿Con quien piensan que se puede aprobar? En la situación, que he apuntado brevemente, ¿De qué aliados disponen para avanzar?
Una “garganta profunda” buen conocedor, por propia experiencia de los ambientes sociales, políticos y económicos me tranquiliza explicándome que los interlocutores tienen claro el panorama, que incluso algunos están asustados puesto que no se lo habían imaginado. Y que el riesgo de la alternativa es peor que una buena reconducción de la situación, que es lo que se precisa, y pronostica qué sucederá. Otro me apunta las consecuencias del resultado del No francés a la Constitución europea y de las reflexiones que de ello se sacan.
Estos días de conmemoración del aniversario de la Constitución española del 78 se ha hablado mucho de consenso. De cómo, entonces, lo que salió no satisfizo completamente a nadie, pero pudo ser asumido por todos. Como dijo el Presidente de Las Cortes, Manuel Marín, parafraseando al Rey:
“Si la Constitución hubiera de ser imaginada por cada uno, no habría Constitución posible.” Y añadió: “Si los Estatutos hubieran de ser imaginados por cada uno no habría Estatutos posibles.”
Pero, ¡ay!, estos son malos tiempos para el consenso. No hay ninguna voluntad de acercar posiciones, lo digo en general, ya que se entiende como cesión y síntoma de debilidad con el adversario. Y las manifestaciones de debilidad no están bien vistas en una sociedad que sólo sabe ver ganadores y perdedores, no gobernantes constructores de proyectos en los que se encuentren cómodos amplias mayorías de ciudadanos/nas.
Javier Pérez Royo nos decía hace pocos días que la derecha considera que hizo demasiadas cesiones en el tema territorial en la Constitución del 78, y que ahora si no puede echarlas atrás, que algunas ya querría, no está dispuesta a hacer ningún paso más hacia una España diferente de la que ellos creen y quieren.
Algunos ingenuos y o/irresponsables piensan que sólo por que creen que les legitima la razón, bien, su razón, pueden superar los límites existentes. Quizás no tardará demasiado en salir algún convencido de las teorías conspirativas de la Historia por explicarnos que han sido manipulados por sus pretendidos adversarios.
Creo que es difícil hoy, tanto en España en Cataluña, y seguramente también en Europa, plantearse la superación del funcionamiento de la Administración pública, que es la herramienta que tenemos las colectividades modernas por convivir y avanzar conjuntamente, más allá de los nacionalismos. Se cree que sólo sobre bases “nacionales” se puede trabajar para las colectividades, y quizás resulta que ni por lenguas, etnias, religiones, sentimientos, economía,..., ya no existen naciones. ¡Anda! Si descubriéramos y aceptáramos, que ya no somos una nación, cualquiera, la que sea… ¡Qué descalabro para muchos! No es atrás, sobre bases ya superadas de nuestro camino, como construiremos el futuro, sino proponiendo a los que compartimos hoy los mismos problemas nuevas respuestas, seguramente imaginativas por no exploradas todavía, a los tiempos que nos esperan. Aunque, desgraciadamente, me parece que este es un tema tabú en Madrid, Barcelona y Bruselas.
No puedo sustraerme de transcribir el inicio del último libro que acabo de empezar:
“Hace poco más de un siglo, la esperanza de vida en Europa era de treinta años, como el de Sierra Leona en la actualidad: lo justo para aprender a sobrevivir, y culminar lo propósito evolutivo de reproducirse. No había futuro ni, por lo tanto, la posibilidad de plantearse un objetivo tan insospechado como el de ser felices. Era una cuestión que se aparcaba para después de la muerte, y dependía de los dioses.
“El viaje a la felicidad” Eduardo PUNSET. Ed. Destino, B-2005.
Madrid, 8 de diciembre.

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