19 enero, 2009

El pecado original.

Desde los últimos días del año pasado la atención internacional viene marcada por una nueva etapa de la inacabable guerra entre judíos y palestinos, ahora centrada en la franja de Gaza.

Nunca mejor, en tierras bíblicas, hablar del pecado original. Una idea, el sionismo, lanzada a finales el siglo XIX, fue avanzando sin parar, deviniendo una plasmación real, la creación del Estado de Israel en tierras palestinas. La mala conciencia europea, siglos de pogromos culminados en el Holocausto, más la riqueza y fuerza de los judíos norteamericanos la posibilitaron. El hundimiento del Imperio Otomano y el reparto colonial del Oriente Próximo facilitó primer la operación y después la consolidó la guerra fría.

Los sionistas consiguieron su objetivo: volver a la “tierra prometida” y tener un Estado propio. El problema es que en aquella tierra hacía siglos, muchos, que había gente. No era un espacio vacío, estaba habitada. Aquella gente fue desalojada, expulsada.

La fuerza de una idea, de imponerla, está en mantenerla, insistir, luchar por ella, sacrificarse si hace falta, ir ganando terreno, encontrar aliados, fortalecerse y organizarse mejor, y llegar a conseguir el objetivo pretendido. Tanto da si es, o no, justa, cierta, sensata, verosímil, adecuada o conveniente.

Los sionistas consiguieron realizar su idea. ¿En toda en su entera extensión? No todavía, pero con una base suficiente por continuar persiguiéndola con mucha fuerza.

Frente a ellos, poca oposición. Sociedades débiles y divididas. En el mundo, además de mala conciencia, alguna comprensión o connivencia, mucho mirar hacia otro lado. Nadie les ha parado los pies, ni antes ni ahora. Desde el final de la segunda guerra mundial y la creación del Estado de Israel, una guerra cada diez años. El envalentonamiento de los recién llegados y la rabia de los expulsados han ido explotando de tanto en tanto con formas más o menos virulentas según los apoyos que podían obtener las partes. Ahora, estos días, un ejército preparado con toda clase de herramientas destructivas de alta tecnología contra fuerzas irregulares con armamento ligero. En unos, la vida no vale nada, la esperanza no existe. En los otras la imagen de un muerto es un descalabro.

Tras tantos años, allá en “Tierra Santa” (¡qué ironía cristiana!) sólo padecimiento, muerte y destrucción, consecuencia del uso y abuso de la fuerza. El diálogo no parece posible. En el resto del mundo, cansancio y algunas constataciones. De la inutilidad de los organismos internacionales para fijar los límites de sus componentes, de la impotencia europea para ser escuchada, de la supremacía norteamericana que hace lo que quiere, de la emergencia de nuevos agentes regionales que añaden leña al fuego. Un mundo de iluminados, matones y fanáticos. La Edad Media en el siglo XXI.

Sí no se aborda el pecado original, se limitan sus efectos, se establecen las adecuadas compensaciones, se llega a una posible distribución de cargas y beneficios con toda la ayuda externa que haga falta, esto no tiene solución. Es una situación muy podrida que a saber si no nos acabará arrastrando a todos.

¿Cuál será el arcángel enviado por los Dioses (Yahvé, Alá o Jesucristo) que con su espada flamígera saque a todas estas criaturas del Paraíso terrenal, o del Infierno?

Los ciudadanos/se de buena voluntad, con más o menos acierto, se manifiestan por las calles clamando para qué se pare la guerra. Los Gobierno y los organismos internacionales hacen llamamientos, proponen planes de paz, envían mediadores, pero la muerte continúa haciendo su camino.

La imagen es muy antigua.


Mataró, 16 de enero.