10 marzo, 2010

Lo hacemos mal.

La reciente noticia de que el Presidente del Congreso propone modificar la Constitución para permitir el trabajo de las Cortes Generales en los meses de enero y julio me lleva a recuperar un borrador de entrada que empecé hace unos días y que había abandonado (como tantas otras que quedan sólo en ideas y que no materializo).

En el umbral de la puerta de la sala dónde se iba a celebrar la primera reunión del comienzo del nuevo periodo de sesiones un joven periodista, micrófono en mano con un cámara detrás de él, me pregunta: “¿Qué le parece volver al trabajo hoy desde el 22 de diciembre?”. Le tuve que aclarar que el que no hayan sesiones plenarias ni trabajo en comisiones en Las Cortes no quiere decir que los diputados/as y senadores/as no tengan trabajo. No es lo mismo estar (estar allí) que ser.

El nuestro es un trabajo especial y relevante que sorprendentemente, o quizá no tanto, todavía debemos reivindicar, el de componer -las 350 personas del Congreso y las 263 del Senado- la representación del conjunto de los ciudadanos de España (más de 45 millones de personas), el poder Legislativo, que tiene por trabajos principales elaborar las normas de convivencia por las que nos regimos y nombrar y controlar el poder encargado de su ejecución.

Este trabajo no se agota en la participación y presencia en las sesiones de las Cámaras. Hay que leer, estudiar, reflexionar, escribir, comunicar, debatir, escuchar, para hacer la tarea encomendada. En este trabajo, ésto se ha de hacer siempre. Un político lo es a tiempo completo, incluso cuando cena con sus amigos o pasea por las calles, y que no esté sentado a su escaño -por mandato constitucional- algunos meses al año no quiere decir que esté forzosamente de vacaciones. O no debería estarlo.

Claro, Manuel, esto es la teoría y debería ser así, pero, ¿y en la práctica? En la práctica la imagen que se ha instalado es la contraría, que estamos de vacaciones. Seguramente por culpa nuestra, de nuestra actitud y comportamiento, del funcionamiento orgánico de los partidos, de la exigencia social, de la negativa confrontación partidaria. Lo hacemos mal. No sabemos transmitir a la sociedad nuestro papel y nuestra función, lo que comporta y lo que representa. Los enemigos de la democracia lo aprovechan. Ahora con especial insistencia. Hace falta rebatirlo.


Madrid, 11 de febrero, 8 de marzo.

Transparencia. Ahora, el patrimonio.

Desde el primer día del presente mes de marzo en la ficha individual de cada diputado/a que está en la web pública del Congreso figura la declaración de actividades que obligatoriamente debemos formular al inicio de cada mandato y cada cuando hayan variaciones.

Lo que cobramos de sueldo los diputados/as también es público. Ya hace tiempo que en la misma página web -no de forma individualizada- se puede saber el importe por los conceptos por los cuáles se nos retribuye y las dietas (que no son retribuciones) que podemos percibir.

Ahora, algunos, ya han propuesto el siguiente hito a conseguir: la publicación de nuestro patrimonio. La declaración de lo que tenemos ya hace tiempo que se hace, pero no es pública. Creo que es adecuado que sea así. Hasta aquí.

Por esto, quiero manifestar mi discrepancia sobre esta nueva pretensión. Entiendo que los que cobramos del erario público tengamos que ser transparentes en esto. Que se conozca qué cobramos y que no incurrimos en incompatibilidades reguladas y establecidas.

¡Hombre!, ya me gustaría a mí también conocer los costes salariales y los beneficios obtenidos por los bienes y servicios que adquiero y si también los que me los proporcionan tienen incompatibilidades. Desde el pescado que compro en la plaza, al diario que leo o al uso del cajero automático de mi entidad financiera. Pero, vaya, ya entiendo que la opacidad y demanda de transparencia sólo va hoy en una sola dirección. Es fácil pedir cuentas a los que vivimos del excedente y muy conveniente para el funcionamiento de una democracia.

Pero el patrimonio es una cosa personal y privada. Quizás es fruto de circunstancias externas a quien lo tiene, o de actitudes personales de comportamiento que no entiendo por qué han de estar en la boca y el conocimiento público. El patrimonio puede venir de trayectorias históricas familiares, de decisiones de vida sobrevenidas por suerte o por búsqueda interesada, por comportamientos individuales austeros, avaros, prudentes, pródigos, rigurosos o despreocupados.

¿Por qué he de explicar que fruto de estas u otras vicisitudes tengo lo que tengo? Si lo que obtengo, las rentas, me lo gasto bien o mal, si ahorro mucho o poco, si lo que tengo, lo uso o lo contemplo, es un tema y problema exclusivamente personal del que no creo que tenga que dar ninguna explicación.

Seguramente este comportamiento personal se traducirá casi de una forma mimética, o no, en el estilo de ejercer las responsabilidades públicas con los resultados consiguientes. Lo que se debe valorar en un político es la gestión del trabajo encomendado y sus propuestas para la vida colectiva. No lo que hace de puertas adentro de su vida privada mientras esté dentro las normas legales y pautas de convivencia generalmente aceptadas.

Madrid, 4 de marzo.