13 noviembre, 2013

Pero, ¿de qué se extrañan?


Hay quién se extraña y escandaliza de loscomportamientos toscos de algunos diputados en su actividad en sede parlamentaria. Los comportamientos inadecuados mientras se producen en el debate interno, entre los electos, se toleran mejor (son cosas de los políticos) que cuando se producen en las comisiones de investigación con los comparecientes externos. Lo que estos días está pasando a la Comisión de investigación del Parlamento de Cataluña del caso de las participaciones preferentes emitidas por las cajas de ahorro es un buen ejemplo de ello. ¿Cómo se atreven algunos diputados a dirigirse a distinguidos “prohombres” de nuestra respetable (?) comunidad financiera en los términos groseros que lo han hecho?

Sí, claro, no es agradable que se pierdan las formas en el debate político y en el ejercicio mismo de la política. Las formas son importantes para la dignificación del ejercicio de la representación popular, al menos en una cierta medida. Pero, ¿no se dan cuenta estos que ahora levantan la voz que todo ello no es nada más que el resultado de la prepotencia de los poderosos y de su carencia de sensibilidad respecto a los humildes? Probablemente los comportamientos altivos hubieran sido más aceptados, o no se les hubiera dado tanta importancia, si el resultado de la actividad de los de arriba hubiera redundado en beneficio del pueblo. Cuando lo que ha pasado es justamente a la inversa, es normal que los afectados por los resultados desastrosos, quizás involuntariamente conseguidos pero irrebatibles, de los que tenían las altas responsabilidades políticas o económicas los cuestionen, los vituperen y los juzguen severamente con palabras y actitudes fuera de tono.

Hay que comprenderlo y asumirlo como inevitable. No se puede pretender en una sociedad abierta que los malos resultados no sean vistos como fechorías si los perjudicados son los de abajo y los causantes se salen de ellos sin responsabilidades ni sufrimientos correlativos.

Había otras soluciones en el caso de la necesaria capitalización de las cajas de ahorro que no pasaban por la propuesta de conversión de los depósitos de ahorradores corrientes y sencillos en participaciones en el capital con el riesgo, como acabó pasando, de que los perdieran. La solución adoptada no hubiera provocado ningún descalabro, como ha pasado ahora, de no haber sido por la crisis financiera que se ha llevado por delante la mitad del sistema bancario español. Pero el riesgo se ha materializado. Podía pasar, sino ya no sería riesgo, seguramente era, podía ser, previsible, y ha pasado. Podía haber habido una capitalización con dinero público, cosa que al final también se ha tenido que producir, pero este era un tema tabú para el establisment político, para el pensamiento dominante, y sobre todo para el establisment financiero, abrir o explorar esta posible vía. Ahora, -que todo se ha ido a pique, con la satisfacción de algunos poderosos que ven su situación incrementada y mejorada y con el sufrimiento de bastantes y el arrinconamiento de muchos más-, ¿porqué, de qué, se tienen que extrañar que haya comportamientos ciudadanos y de representantes políticos que se pueden considerar inadecuados? Todo el mundo cosecha lo que siembra. Si los ricos hacen la guerra a los pobres y los abruman y aplastan, ¿cómo piden aún que éstos mantengan las formas? Pero, ¿no se dan cuenta que su insensibilidad es la que hace hervir la rabia de la indignación popular? ¿La historia no les ha enseñado nada? Pues, si es así, estaremos condenados a repetirla.

 

Pocas placas como esta podrán ponerles a las actuales clases dirigentes, políticas y económicas, en el futuro.

 
13 de noviembre.