15 noviembre, 2009

Dónde empieza el embrollo.*

*artículo para El Punt.
En el momento económico y político actual vuelve haber escandalera sobre la mala financiación de los Ayuntamientos. Al final deberé rendirme y aceptarlo. He mantenido -todavía lo mantengo y no soy el único- que esta queja se ha convertido en un tópico. Un tópico que hace muchos años que dura, demasiados. Lo empezamos a decir los responsables municipalistas en los años ochenta y ha atravesado varios ciclos económicos, con sus momentos de recesión y de crecimiento. Ha subsistido a gobiernos de signos diferentes, que han ido haciendo retoques al tema de más o menos calado y relevancia. Y todavía se mantiene la queja. Curioso, cuando menos.

Estos días, con los últimos casos conocidos o destapados de pretendida corrupción en el mundo local se vuelven a levantar voces que sitúan un posible origen de los hechos en la mala financiación de las Corporaciones locales sin distinguir en la diferenciación evidente entre las Corporaciones y sus administradores.

Pero seguramente puede parecer que hay un punto de verdad en el origen de los problemas: la utilización del urbanismo como fuente para buscar recursos con los que nutrir las arcas municipales. Estaría casi dispuesto a aceptarlo. Quizás sí que algunos, o muchos, Ayuntamientos han utilizado esta vía. ¿No tenían otros recursos? Ciertamente que sí. Pero, ¿los utilizaban? O, digámoslo mejor, ¿tenían bastantes recursos para hacer lo que querían hacer? Aquí seguramente responderemos que no. Que les faltaban recursos, no para hacer lo que tenían que hacer, sino para hacer lo que querían hacer (que es otra cosa).

Y aquí, para mí, es por dónde empieza el embrollo. ¿Qué es lo que querían hacer?

Creo que una de las características de nuestras sociedades ricas (y borricas) es haber perdido la noción de los límites. De su existencia. De aquella vieja noción de la economía como la ciencia de la administración de los recursos escasos susceptibles de ser usados con finalidades alternativas. Recursos escasos, pero considerables, frente a necesidades infinitas y discutibles, pese a que las más perentorias están cubiertas de sobras.

Ahora, las demandas ciudadanas, vehiculadas directamente, o por medio de entidades y asociaciones, o por los medios de comunicación, o por los propios partidos políticos, creo que están desbocadas (”No n’hi ha prou!” ¡No es suficiente!- Viejo grito de guerra de la chiquillería para volver a hacer bailar a los gigantes. Qué imagen, ¿no?). Y por parte de los gobiernos locales -tal y como están configurados en la actualidad (¡Ah, la ley de Hont!)- hay poca capacidad de resistencia crítica a ellas.

Resistencia crítica he escrito. No quiere decir que la administración ha de oponerse por sistema a las demandas ciudadanas, sino que quiere decir que las debe valorar de acuerdo con los recursos que tiene y las prioridades de gobierno que ha establecido, que se supone que responden a la oferta primero electoral y después programática de los que mandan.

Difícil, muy difícil. Y más ahora que se pone de manifiesto que el crecimiento se ha interrumpido, que ya no hay bastante para ir diciendo que sí a todo y a todo el mundo, y por si todavía no nos habíamos dado cuenta que no podíamos continuar por esta senda alocada de acabar con nuestro planeta.

Mataró, 12 de noviembre.