Manuel Cuyàs, tan distante ideológicamente y tan cercano cívicamente (y
físicamente, ya que vive a dos manzanas de mi casa), publica un artículo diario
en El Punt-Avui. El de hace pocos días, 27/9: “Estremiment
a Estremera”. También acaba de conceder una larga
entrevista a Catalunya Plural, a mi viejo conocido Siscu Baiges, con una foto desde el balcón de su casa en la Rambla
de Mataró, de la casa del “nét del pirata”
(el nieto del pirata). Dice cosas para comentar. Algunas ya me las ha contado y
hemos debatido de ellas tomando un café en la terraza del Iluro. ¡Ah!, aquellos
tiempos, Manuel, en que quedábamos
para tomar un gin-tónic. Nos hacemos mayores.
Ha leído el libro
que acaba de sacar Joaquim Forn
(que era el Consejero de Interior en el gobierno Puigdemón), preso ahora en la cárcel de Lledoners, en el que el
autor empieza diciendo que nunca había pensado que acabaría en la cárcel.
¡¡Sensacional!! ¿Qué se pensaba que le pasaría si no triunfaba la revuelta que
impulsaba el Gobierno del que formaba parte como responsable de las fuerzas de
orden público? ¡Por favor! O entonces era un iluso o un ignorante, o ahora nos
engaña y echa la lagrimita. Pero, ¿de verdad no había pensado nunca que esto
podía acabar así? ¿No era consciente que estaba en el equipo dirigente de una
revuelta? ¿Qué se pensaba que estaban haciendo? ¿Jugando al parchís? No nos
merecemos gente así.
En la entrevista a Catalunya Plural explica cómo
vivió en su casa una cena, supongo que bajo la mirada del retrato del corsario Cuyàs
i Sempere, con unos amigos “indepes”
la noche de la proclamación de la podríamos decir non nata República Catalana, el 28 de octubre del año pasado. (Leo
en la Wikipedia que así también se denomina la Constitución
española de 1856). Excitación, abrazos,… va, ¡poned la tele que veremos cómo nos van reconociendo los Estados
del mundo mundial! Después, la decepción. La rechazada bandera del estado
opresor todavía hoy luce a las puertas de todas las comisarías de los Mossos d’Esquadra
del país. Unos, pies para que os quiero, al exilio. Otros, mansos como corderitos,
derechos a la cárcel y, fuera y dentro, todavía están allá y parece que por
mucho tiempo.
No, no hace falta que ahora deis la razón a
los que hace tiempo os decíamos que esto no podía ser, que no se daban las
condiciones para ello, que no tenías fuerza, que todo eran palabras vacías. No
hace falta que nos pidáis perdón por todo lo que nos habéis dicho, y que
todavía nos continuáis diciendo, de traidores y “butiflers” para arriba. No
hace falta, miraremos hacia otro lado, “pelillos a la mar”, todo sea por el
apaciguamiento del país. No es la hora de los reproches si queremos seguir
adelante.
No, no hace falta que reconozcáis que no había
nada preparado, que habéis engañado a medio país y especialmente a la buena
gente, a la gente sencilla, que ha confiado ciegamente en vosotros, os ha creído
y ha salido a la calle en disciplinados rebaños que habéis conducido al
matadero. No, no hace falta ir por la
calle cabizbajos y golpeándoos el pecho arrepentidos de la engañifa que habéis
construido. No lo tendremos en cuenta, convendremos en que sois gente normal,
de casa.
Si al menos, podríais decir que os habéis equivocado. Que pensabais
que las cosas irían de otra forma, que creíais que España, el Estado español
que llamáis vosotros, era un churro, un espantapájaros y que a la hora de la
verdad es un Estado más firme de lo que decíais y con una mala salud de hierro;
que estabais convencidos que tendríais Europa
a vuestro lado y ha resultado que, mira por dónde, “Europa nos ha fallado”
como me dijo una vieja amiga; que la gente, un montón de gente como la que estáis
acostumbrados a movilizar, ocuparía las plazas y las calles y no se movería de
ellas desafiando a qué y a quien fuera, el tiempo que hiciera falta, y… solo
unos cuántos se han puesto un lazo amarillo en la solapa i se ha arrejuntado
para los mayores hacer encuentros “chiruqueros” y performances teatrales los
más atrevidos.
¡Reconocedlo! ¡Dejadlo! No, no hace falta que hagáis
una ida a Canossa,
no son tiempos para estas cosas. Pero sí que lo más sensato es bajar la bandera
(estelada) e ir a pedir un
armisticio a Madrid (¡Ufff!, que
fuerte, ¿no?, pero los Estados Mayores han de reconocer el estado de las
fuerzas, de las propias y del enemigo. Recordad el triste final de la consigna “Resistir
es vencer”). Sí, y empezar una gradual retirada, acabando con el parloteo incontrolado de cada
día sobre el tema; retirando las banderas independentistas y los llamamientos
institucionales de los espacios públicos; normalizando la decoración de los
despachos de las administraciones públicas; descolgando las pancartas de los
estudios centrales de TV3 i desmontando la “Tele-procés”; retornando la
neutralidad de los funcionarios públicos; no engordando más, con el dinero de
las donaciones monjiles, a los picapleitos que os llevarán hasta el fin del
mundo con las argucias de su trabajo; dejando de engrasar la variada sociedad
civil y sus manifestaciones de una forma sesgada; no aventando más las brasas
para mantener los rescoldos encendidos de la fiesta…, y sobre todo volviendo a
las tareas que tenemos encomendadas que son muchas, que llevan tiempo
desatendidas y que reclaman soluciones, algunas urgentes. Buscad, además, la
forma de acercaros a otra gente sensata, todavía quedan algunos, para volver a
coser el cuerpo social hoy escindido. No podemos permitirnos una sociedad
partida en la que el odio predomine sobre nuestras relaciones. Haced el favor,
levantad el pie del acelerador del artefacto que conducís que no os está
llevando a ninguna parte.
Y en el armisticio se puede hablar de todo –que
no quiere decir que se llegue a acuerdos en todo- especialmente si se mantiene
en la otra parte un Gobierno que no quiere la guerra, que quiere el
entendimiento, que comprende que hay cosas que negociar. Si en el otro bando
vuelven hacia atrás, a unos meses atrás, lo tendremos jodido. Los de antes sólo
creen en el garrote y ellos lo tienen mayor, más grande. Perderéis de todas
todas.
¿Un referéndum, Manuel? Tal como están las cosas, ni de aquí a cuatro años como
suspiras tú. Cuatro años como mínimo para normalizar la situación, para volver
a hablar tranquilamente, poco a poco, de forma distendida. Cuando todo esté más
sosegado, los diplomáticos harán, o habrán hecho bajo la mesa, su trabajo y
podrán ofrecer al país, a las generaciones futuras del país, a los de uno y
otro bando, una solución factible para todos. Así lo espero, y deseo, no sin la
duda de su dificultad, empezando por el armisticio.
29 de septiembre, en recuerdo del 1 de octubre
del año pasado.