Dos
intentos para combatir el pensamiento separatista. Uno, explicar su irrealidad.
Dos, presentar una alternativa.
1.
Después de calificar, twitteando en abierto con una amiga, de
malhechores a los políticos presos y huidos al extranjero, levanté una pequeña
polvareda entre algunos adictos a la causa independentista. Debate corto y
correcto, sin apenas estridencias.
Vayamos
por partes:
Malhechor:
quien comete actos criminales (según los diccionarios). Acotación. Quien comete actos, es decir, hace
cosas. Criminales, de crimen.
Violación grave de la ley moral, que en Derecho es una infracción punible de
carácter grave.
Evidentemente,
quien sustancia en justicia este calificativo es un tribunal. Mi calificativo
es una opinión personal sin ninguna relevancia jurídica. Pero lo cierto es que
hay un procedimiento en marcha y un juez instructor ha calificado así las
acciones (sí, señor, las acciones) de los imputados. Veremos si a la hora del
juicio los tribunales correspondientes lo corroboran. Por tanto, una de las
primeras falacias que conviene desmontar es que los políticos que están
encarcelados hasta ahora provisionalmente lo están por sus ideas. Lo están por
sus acciones, pretender implementar un nuevo sistema político-administrativo en
Cataluña separado de España, por hacer separatismo.
Podríamos
también considerar si la prisión provisional para los encausados (que dura
desde el comienzo del procedimiento) es correcta o no o si ya dura demasiado.
Hay mucha gente que piensa que no lo es y se tendría que acabar. Opinión
respetable (tanto como la contraria) que no ha hecho ninguna mella en la
voluntad del juez, ya que las actuaciones (por ejemplo, las fugas) o las
declaraciones (del propio nuevo gobierno de la Generalitat) que existen en
torno a los presos no han ayudado para nada al respecto. ¿O es que no se
entiende la lógica del otro, de los otros? ¿Solo la propia lógica de uno mismo
es la correcta? “¡Es que son amigos míos!”
se me ha llegado a decir. ¿Y qué tiene que ver con esta circunstancia personal
el tema? “Los conozco y son buena gente.
Incluso van a misa”. ¡Cuántas quemaduras por poner la mano en el fuego y
cuánta gente identificamos con nuestra propia condición!
Oh,
pero volvamos al separatismo. “¿Pero esta
pretensión no estaba avalada en las urnas por un proceso electoral?” Bien,
dejemos de lado si eso es o no así. Habría mucho que discutir: porcentajes,
circunscripciones, presencia diversa con posiciones discutibles… Vayamos al
meollo de la cuestión. La
soberanía para adoptar esta pretensión. “¿Pero el Parlamento de Cataluña no es soberano?” No, no lo es. Es
un derivado de la Constitución Española, guste o no guste, mira que se ha
explicado veces. ¿Que a algunos les gustaría que fuese soberano? Ciertamente,
pero no lo es. ¿Conviene recordar que este presidente de la Generalidad, que
dice que los catalanes no reconocen al Jefe del Estado (el Rey Felipe), tiene
su nombramiento y puede ejercerlo por un acto firmado por el Monarca? ¿Cabe
recordar que los alcaldes, incluidos los de la CUP, deben su cargo a un acto y
a un acta de la Junta Electoral del Estado Español? ¿Que si no fuera por eso no
podrían firmar ningún papel oficial y que si no fuera por ese hecho, nadie
firmaría nada con ellos, ya que no serían reconocidos?
“Entonces, ¿cómo se puede
“implementar” la voluntad de aquellos catalanes que creen en esta soberanía
inexistente y poder así llevar a cabo las acciones que se crean más
convenientes por su propia voluntad?”
Pues, como vengo explicando desde hace muchos años, solo hay dos vías: La de la
aceptación de que así sea por parte de los que ostentan la soberanía a través
de las leyes correspondientes, o la obtención de la misma por la vía de hecho.
La primera de ellas es un pacto hoy por hoy imposible (no se va a dar un nuevo
harakiri en las Cortes). La segunda vía solo se puede conseguir mediante una
revuelta. Lo explica muy bien Pau Luque
(“La secesión en los dominios del lobo”. Catarata, M-2018).
El
pacto es imposible porque no hay ningún Estado en nuestro entorno y de nuestras
características que lo acepte en su ordenamiento. No existen jurídicamente ni
el derecho a decidir, ni el derecho a la autodeterminación (no es aplicable a
Cataluña el existente internacionalmente. No somos ninguna colonia aunque
algunos pretendan venderlo así.), ni el derecho a la secesión. La secesión, en
todo caso, se obtiene. Pero esa ya es la otra vía. Cuando se pretende un pacto
con menos de la mitad de la población y el resto en contra, cuando las
principales empresas del país se van despavoridas, cuando no hay ningún
reconocimiento internacional, sino solo advertencias en contra, cuando los
impulsores de la medida son encarcelados o se tienen que ir fuera, es evidente
que no hay ningún pacto posible que avale la secesión.
La
revuelta,… oh, “parole, parole”. Es evidente que hay quien habla de ella, pero
¿existe la fuerza, con todo lo que comporta la fuerza, para llevarla a término?
¿Hay una voluntad secesionista más allá de la “boquilla”? Sí, hay antecedentes,
los de Irlanda, por ejemplo, hace cien años, a sangre y fuego. No hace falta ir
más lejos y llegar a los neerlandeses (s. XVII) por mucho que a algunos les
guste pensar en ellos. También tenemos los resultados de la descomposición del
imperio soviético, pero son tan poco aplicables. Los bálticos, otros en las
mismas circunstancias. También tenemos pruebas de cómo han acabado algunos
otros que lo han intentado. El IRA en Irlanda del Norte que tuvo que claudicar,
o ETA en el País Vasco, derrotada precisamente por las fuerzas policiales,
jurídicas, administrativas y sociales... del Estado Español.
¡Pero, que nos dejen hablar de ello! Pero si no dejáis de hacerlo.
Especialmente desde los medios públicos de manera machacona y reiterada. ¡Que nos dejen contarnos! Pero si lo
hacéis a cada elección del nivel que sea (pervirtiendo su objeto), por no
hablar de los intentos irregulares.
Y
aquí es donde llegamos al país
partido. ¡Por Dios, abrid los ojos y mirad! ¿Es que no lo veis? Habéis
conseguido romper, aniquilar, el viejo sueño de la izquierda catalana de
construir un solo pueblo con los que vivían aquí, independientemente de dónde habían
nacido y de qué lengua hablaban. ¿Queréis datos? El primer grupo político en el
Parlamento de Catalunya es un grupo catalán (porque así son sus componentes y
votantes), el de C´s, anticatalanista.
Por primera vez desde el establecimiento de la autonomía catalana una tercera
parte de los votantes y de los elegidos han manifestado sus pretensiones
anticatalanistas. ¿No tenéis mayor prueba? La coña de Tabarnia, ¿no os resulta
significativa tampoco? Pero podemos continuar: ¿Quién ve TV3, por ejemplo? Los catalanohablantes.
Los que no lo son no la consideran suya (algunos catalanes de “pata negra”
tampoco) ¿Por qué hay catalanes que confían más en los cuerpos policiales
españoles que en los Mossos d’Esquadra?
¿Quién va con los lazos amarillos y quién los reprueba? Ojo, que pronto esta
división llegará al sistema escolar. Y en un futuro no demasiado lejano. ¿Por
qué en el espacio público tiene que haber manifestaciones institucionales
partidistas? ¿Qué habría pasado si yo hubiera izado una bandera roja a la entrada
de la ciudad cuando era alcalde socialista? La pretensión de ignorar o de
obviar la realidad es una característica de los separatistas. Fuera de ellos no
hay ninguna otra realidad ni tiene derecho a existir. Este hecho comporta
derivas preocupantes. Las hemos visto en la historia no hace demasiado tiempo.
La
pregunta que procede hacer a los separatistas es la siguiente. ¿Queréis
construir dos comunidades ateniéndoos a dos supuestas características
lingüísticas o sentimentales (étnicas es demasiado fuerte)? ¿Como Bélgica, por
ejemplo? Supongo que pensar que se impondrá una sola comunidad, la hipotética
vuestra, ya es suficientemente evidente que no es posible, ¿no? (Cuidado con el
argumento tramposo y torcido del reciente artículo de David Miró en el Ara). ¿Qué había de malo en la
construcción que se había hecho hasta ahora? Se habían recuperado la escuela,
el idioma, la administración pública, las instituciones.... “Pero queremos ir más allá. ¡Los 14
artículos del Estatuto de 2006 tumbados por el Tribunal Constitucional lo reventaron
todo!” ¿Todo? No jodáis. ¿No será que habéis inculcado un elemento
irracional, emocional, en el debate? “Nos
joden, vienen a por nosotros”. ¡Hala! ¿Lo tenemos que explicar fuera? ¿Con
qué argumentos y con qué datos?
Dos
comunidades separadas, que no se mezclan, que tienen sus códigos propios, que
malviven juntas, ya que no hay más remedio, que se menosprecian, que pueden
llegar a enfrentamientos, No sé, no sé, ¿de qué fuentes intelectuales beben
actualmente, si es que beben de alguna, los que dirigen la actuación
independentista? ¿Del N-VA,
la Nueva alianza Flamenca? (leed el apartado de Bélgica del libro
de J.M. Martí Font/ Chistophe Barbier, “La Fortaleza asediada. Los populismos contra Europa”, Ed.
Península/Plon. B-2018). Cabezas pensantes tienen. Piensen bien o mal. Pero
pensar, piensan.
2. Hasta aquí, pero
ahora bien, ¿Qué alternativa hay? ¿Qué se ofrece a la población catalana para
no llegar a conclusiones dramáticas de cara a su porvenir y plantearlo en
positivo?
La palabra clave es identidad. ¿Solo existe la posibilidad de construir una identidad
individual y colectiva desde el pasado o es posible construirla hacia el
futuro? ¿Solo desde la lengua (normativizada no hace más de cien años), desde
las costumbres y tradiciones (en ocasiones lejanas o supuestas y muchas
inventadas), de las instituciones construidas en otro momento histórico
(tampoco tan antiguo, pero ya superado), desde las emociones primarias bienintencionadas
(ingenuas)...?
Evidentemente, todos
recogemos una herencia del pasado en forma de idioma y comportamientos, y la
desarrollamos de acuerdo con el entorno en el que crecemos, la socialización
que tenemos, y vamos construyendo nuestra propia identidad. En las comunidades
cerradas, o que se cierran (etnias, religiones, sectas,...), la preservación de
la identidad es muy fuerte. ¿Sucede lo mismo en las colectividades abiertas de
hoy en día? Evidentemente, no. No solamente por motivos de las mayores
facilidades de los intercambios culturales, sino también per las condiciones de
vida, de movilidad, de las mayores posibilidades de acceso a la información...
Todo conduce a que lo que “siempre se
había hecho, lo que siempre había existido” ya no exista ni se haga
tan habitualmente. Lo vemos en los gustos, en las aficiones, hasta en el idioma. El bilingüismo, o el multilingüismo, se
extienden por todo el mundo, hay gente a la que le gusta la comida oriental o
americana, la vestimenta se uniformiza, la música es internacional. ¿Qué le
dice a un joven catalán de hoy un plato de
´mongetes´ con butifarra, que
era habitual (y a veces sin butifarra) en las mesas de nuestras casas no hace
tantos años? Los italianos nos han incorporado la pizza y los noruegos, muy
nacionalistas, sacan de casa un vestido tradicional (¿tradicional de cuándo?)
solo el día de la fiesta nacional, aquí ni eso, aunque hay algún bobo que reivindica
las alpargatas.
En las sociedades avanzadas y
abiertas la identidad cambia rápidamente, se adapta al entorno más rápidamente.
Solo los fundamentalistas se resisten a aceptarlo. Mantener una identidad estancada es mantener un control desde
algún punto (político, religioso, económico,...) sobre la colectividad. Si todo
el mundo se atreve a construir su propia identidad, si ésta además sale de las
mezclas más impensables e inverosímiles de todo orden (racial, sexual,
ideológico,...), la libertad sale fortalecida y el control y la dominación
sobre las individualidades retrocede. Las identidades son convenciones
sociales, construcciones humanas que no son inmutables, son cambiantes y más en
los tiempos actuales.
¿Cuál es el futuro de la
identidad catalana? Tenemos que saber leer hacia dónde va el mundo. De aquí a
pocos años, los europeos no seremos apenas más del 5% del total de pobladores
del Planeta, que todavía no hace 70 años dominaban totalmente, y los “catalanets/etes”, representan el l% de
ese 5%. Pasaremos por poco que nos descuidemos a ser los guardianes
(masoveros) de nuestro pasado. Nuestras religiones seculares (que aquí
languidecen), nuestros pequeños idiomas (con los que no podemos ir por el
mundo), nuestras comidas, nuestros olores y colores, serán residuales. Pero a
pesar de las guerras seculares que han ensangrentado el extremo del continente
euroasiático, eso que se llama Europa, hemos construido la mejor y más apreciada
forma de vida del mundo. En el campo político es innegable, como lo es casi en
todos los campos de la vida colectiva. Con todas las carencias que queráis
hacer notar y el camino que nos queda por recorrer: libertades y derechos,
convivencia, servicios comunes, organización política, economía.. Europa, si
seguimos por el camino de las viejas identidades que nos proponen los
nacionalismos por todas partes, se puede ir hacia atrás en el modelo que ofrece
al mundo. A algunos ya les va bien, a los autócratas de más allá sobre todo. No
les convienen ejemplos en los que no pueden reflejarse. Grandes partes del
mundo, en extensión, pero sobre todo en población, tienen otros modelos que
nosotros no desearíamos.
¿Contribuiremos al “nosotros
solos” que preconizan populismos diversos desde Noruega a Italia y desde
Polonia a Francia? No, nuestra identidad actual catalana -que no es milenaria
por mucho que se pretenda- hemos de proyectarla al futuro ayudando al
mantenimiento y a la mejora del modelo europeo. ¿Perderemos cosas de nuestra
actual identidad? Seguro, ¿no las estamos perdiendo ahora sin darnos cuenta?
Crearemos otras con otra gente, con los que están llegando ahora, como lo
hicimos antes con los que llegaban antes. ¿O es que ahora no nos gusta comer un
gazpacho bien fresquito a la hora del almuerzo? Puede que nos olvidemos de la ratafía, como otros se olvidarán del pacharán,
que queramos o no, es lo mismo y de los licores que hacían los monjes en los
monasterios, y la sardana quedará como una exhibición de danzas folklóricas del
pasado (aunque no sé si tiene algún atractivo como espectáculo). Nuestras
Vírgenes quedarán como enclaves de espectaculares panorámicas paisajísticas
para visitar y las procesiones como elementos estéticos para atraer al turismo
en determinadas épocas del año.
Y nuestras instituciones
tendríamos que adaptarlas a las circunstancias de hoy y al mundo que nos rodea.
¿No hizo Pau Vila las comarcas dibujándolas a tiro de carro? ¿No hemos visto la
desaparición de las Cajas de Ahorro (con pocos aspavientos de nuestros castizos
paisanos)? ¿No vimos la reconversión cotidiana de nuestro tejido económico de
toda la vida? ¿No vimos la movilidad social que generó la vieja inmigración y
la que seguramente generará la nueva? ¿No estamos discutiendo de turismo y
gentrificación de los núcleos centrales de nuestras ciudades como está hablando
todo el mundo?
Los independentistas tienen
miedo. Miedo de una sociedad nueva que viene y que ellos no
quieren, ya que les hunde el discurso. Pasa en todas partes, pero no tiene
freno. Es preciso decirlo, explicarlo y trabajar para adaptarnos a esta nueva
sociedad. Entiendo que es espantoso para mucha gente, sobre todo sencilla, si
no se les enseña, ver que su mundo desaparece, se esfuma. Pero para eso hay líderes en las comunidades que marcan el camino,
que dicen a la gente por dónde ir, que arriesgan lo que deben (como Churchill, por ejemplo). Los líderes
separatistas no son así, son más bien todo lo contrario. Quieren mantener su
sillón, sacarle sus beneficios, obcecando a la gente y llevándola a un callejón sin salida. Manteniéndolos en el pasado.
Debemos decirlo y luchar. No
es fácil, pero la gente joven sabe mejor que nadie cómo es el mundo de hoy y el
que viene. Han viajado más (qué gran hallazgo el Erasmus/Orgasmus), no les pasa
nada por adaptarse a nuevas experiencias, tendrán otra identidad diferente a la
que tenían las generaciones anteriores. En el País Vasco se acabó el problema
cuando -entre otras muchas cosas- le gente joven dio la espalda a los temas identitarios
tradicionales. ¿Hay rebote contra los separatistas entre la gente joven de
aquí? Pese a lo que pueda parecer en colectivos estridentes y minoritarios, me
parece que sí. En
el concierto de Rosario, en la playa de Mataró en la
Fiesta Mayor (“Las Santas”), los asistentes se sabían sus canciones y cantaban a
viva voz con ella.