31 diciembre, 2018

El seté cel (El séptimo cielo)


 ...i el sisè cel està copiat
del cel setè que has engendrat dins del teu cap.

...y el sexto cielo está copiado
del séptimo que has engendrado en tu cabeza.

Jaume Sisa, “El setè cel” (1975)



A mucha gente no le gusta el mundo en que viven. Son mayoría, a pesar que hay otra gente que si les gusta. El mundo,... El mundo es la gente en sus circunstancias y relaciones, en un espacio y en un tiempo concreto.

Aquellos a los que no les gusta el mundo adoptan actitudes diversas. Unos se resignan de grado o por fuerza; otros se adaptan con mejor o peor fortuna; hay otros que intentan cambiarlo con diversos métodos con menor o mayor éxito. Los hay, pero, que para escaparse de lo que no les gusta se inventan un mundo nuevo, el suyo, y viven en él fuera de la realidad. Estos últimos, mientras hacen su vida no les pasa nada de especial y acostumbran a ser felices, o inocentones. Pero, ¡caramba!, cuando interrelacionan con el mundo real que no les gusta cómo han construido su visión a partir de sus inventos, de propósitos que no son ciertos, acaban estrellándose contra la realidad y son desgraciados.

En los últimos tiempos, el grueso de la gente que vive en la irrealidad está aumentando en todas partes. El mundo, nuestro mundo, se está convirtiendo cada vez más incomprensible para muchos y como hoy y aquí las religiones, la movilidad social o las ideologías están de baja se refugian en un mundo que solo existe en su cabeza, creado o alimentado por sombras del pasado, imágenes ficticias del presente o promeses imposibles de futuro.



31 de diciembre.

11 diciembre, 2018

Viaje al Cabo Norte. Epílogo.


Lo acabé. Me costó bastante acabar la recopilación del viaje que hicimos a primeros del verano pasado. Más de lo que preveía. Al comenzarla pensaba que podría dar para más de un álbum. Al final fueron tres (en total 254 páginas de imágenes y texto). Abrí el programa para hacer el primero a principios de agosto. Previamente ya había recopilado y ordenado las fotografías y los materiales que podía añadir, sin hacer ninguna selección. El programa del segundo álbum lo abrí un mes después, el 4 de septiembre. Para el tercero ya habíamos entrado en el otoño y fue a finales de octubre que puede dar por terminado el trabajo y enviarlo a impresión.  Todo este trabajo lo fui repasando a medida que iba avanzando, corrigiendo errores que encontraba, modificando imágenes, textos y composiciones. Hasta el último momento me di cuenta que había olvidado algún elemento imprescindible y lo incorporé, así como abandoné la búsqueda de algún pie de foto que me hubiera gustado también incorporar.

Hice el punto de partida del tercer viaje del que hablaba Kapuscinski. La memoria continuará girando con la ayuda de este trabajo sobre el viaje que hicimos hasta arriba del todo de Europa. No sé si volveremos a hacer otro viaje como éste, no tanto por su envergadura como por la ilusión que desde hacía tiempo había puesto en él. Ciertamente, no me decepcionó. Sí, no conseguimos ver ningún día el sol poniéndose en el horizonte; tampoco nos acercamos a ninguna colonia de “frailecitos”; resultó de un coste quizás excesivo para lo que estamos acostumbrados en este tipo de gastos; pero todo ello valió la pena y regresamos con ganas de volver a hacer alguna que otra etapa de este viaje (que no sé si será posible a pesar de la intención).

Conocimos otro país, de la forma –posiblemente sesgada- que como turista se puede llegar a conocer. A través de lo que visitamos, de lo que vimos, de lo que intuimos, de lo que leímos y nos contaron, nos hicimos una idea de Noruega, de su historia, de su gente, de su economía, del lugar que ocupan –antes y ahora, en el futuro nunca se sabe- en el mundo.

En la actualidad están protegidos por los beneficios que les da el petróleo, pero entendí que los saben administrar y que eso les viene de cómo administraron su colectividad cuando eran pobres. Eran (son todavía) pocos; en unas condiciones climatológicas y geográficas difíciles; sin grandes recursos naturales (agua, madera, pescado); fueron durante muchos años condenados a la emigración; me pareció –impresiones- que tenían una potente vida comunitaria que les permitió hacer bastantes cosas antes del petróleo y que no se les han subido los humos después. El puente y la famosa catedral  del  Ártico de Tromsö, por ejemplo, son anteriores a 1970, como el edificio del Ayuntamiento de Oslo o la via del ferrocarril de Flam. El mismo Hurtigruten, ahora más herramienta turística que correo postal, es centenario.

Tendremos  un buen recuerdo de este viaje. Estos álbumes ayudarán a ello. ¡Qué, señora! ¿hacemos otro?


Adolph Tiderman. Old age solitude. (1849)
Nasjonalgalleriet. Oslo.


11 de diciembre.

05 diciembre, 2018

La correlación de fuerzas.


Cuando compré el libro no me fijé en el subtítulo que traía: Transición. Historia de una política española (1937-2017), Santos Juliá. Ed. Galaxia Gutemberg, B-2017. Pensaba que el libro iba de “La Transición”, en mayúsculas, aquel período comúnmente establecido entre la muerte del Dictador, a finales de 1975, y la victoria de los socialistas en 1982. Pero no, abarca un período muy amplio, ¡80 años!, desde mediada la Guerra Civil hasta casi el día de hoy. El autor y la editorial me proporcionaban garantías, pero no era consciente de la historia a la que me enfrentaba.

Resulta que al poco de iniciada la Guerra Civil, entre españoles, hubo quien en el bando de la República se planteó como resolver el problema del enfrentamiento civil y qué aspectos había de considerar para conseguir una transición hacia la paz: el régimen político; la amnistía; cómo llevarla a término; los tiempos; la mediación posible;… Aquella cuestión, cómo volver a la normalidad violentada por un enfrentamiento cainita, todavía está presente a día de hoy. En los años ochenta del siglo pasado pareció que era un tema superado, pero a comienzos del siglo XXI volvió a resurgir con fuerza. Todavía algunos, en un bando y en el otro, se resisten a enterrar de una vez por todas el conflicto civil que dividió, quizá todavía divide, al país. ¿Todavía hay heridas por cicatrizar después de tantos años? Eso parece, o quizá ocurre que hay personas que se resisten al olvido –y al perdón- o que creen que todavía pueden sacar réditos políticos de ello.

Pero España, y el mundo, ya no son como eran en el primer tercio del siglo XX. Las estructuras sociales, económicas y políticas nacionales e internacionales son completamente distintas. A pesar de que haya quien piense que hace falta cerrarse –enrocarse-, especialmente aquí en Europa, el coste sería muy grande. No es descartable que haya intentos que crezcan y que consigan algún éxito. Sería dramático. Si ya nos vamos a convertir en poca cosa en el mundo del mañana,  nos convertiremos, desmenuzados y nacionalistas, en irrelevantes.

Todo ello nos lleva a pensar en la correlación de fuerzas. En la fuerza que tienen los contendientes en el combate de la historia en cada momento. Entre los que quieren pararla y los que la quieren superar. La transición que explica el libro lo pone de manifiesto. Para el caso catalán, Ruiz-Domènech, lo explica igual en el transcurso de su historia.

La Guerra Civil española se inclina por el bando de los sublevados, de los nacionales, 1939. El fin de la Segunda Guerra Mundial, y la derrota del fascismo, no conlleva retirar al dictador; la nota tripartita de 1946 hunde las esperanzas del exilio republicano.  Los pactos de 1953 con los Estados Unidos y la Santa Sede se inscriben en el contexto de la Guerra Fría entre el capitalismo americano  y el comunismo soviético. La autarquía, soñada por las fuerzas franquistas de primera hora, es arrinconada con el Plan de Estabilización de 1959. Los años sesenta ven la transformación de la estructura económica española. Franco, en 1975, muere en la cama.

Lo que quedó de los gubernamentales de la Guerra Civil, la decantación de desafectos, desilusionados o reconvertidos del Régimen franquista, los viejos monárquicos despechados, las nuevas generaciones ilustradas estudiantiles hijas de los vencedores, la regeneración del movimiento obrero dentro de las nuevas condiciones sociales (sin la presencia de los anarcosindicalistas desaparecidos de escena, no lo olvidemos), no consiguen construir –a pesar de los continuos intentos que se traman dentro y fuera del territorio nacional- una alternativa al Estado franquista. El contexto de la Guerra Fría es un dogal durante muchos años en las alianzas, en las posibilidades de avanzar, de invertir la correlación de fuerzas. Por mucho que se niegue, hay más fuerza en un lado del pulso: en el Régimen franquista.

En este panorama, a la muerte del Dictador –hay que repetirlo, en la cama- aparece Suárez y emprende la Reforma. Nadie le hace caso, o pocos lo toman en serio, no lo creen capaz. Los años 75, 76 y 77 son de ebullición de intentos rupturistas democráticos. Pero Suárez gana el referéndum de la Reforma Política, previo harakiri de los procuradores franquistas, y luego, gana también las primeras elecciones democráticas. La correlación de fuerzas no está a favor de la ruptura, se impone la reforma. Y, todo el mundo, todos, entran en el juego abandonando, o adaptando, ¡qué remedio!, viejas proclamas y viejos deseos con renuncias destacadas pero que al final resultaron provechosas. Al cesto del olvido todos los intentos elaborados desde 1937 para conseguir una transición dirigida o pactada por los que no han tenido fuerza para imponerla. Todos a discurrir por la transición que imponen los restos del Régimen franquista, no se puede hacer nada más. La Pasionaria y Rafael Alberti entrando del brazo en el hemiciclo del Congreso de los Diputados.

De ahí la Ley de Amnistía (tanto para falangistas como para comunistas, las dos bestias negras de los años treinta y de la Guerra Civil); de ahí la Constitución del 78 –de la que celebramos sus 40 años- (avanzada y que ha posibilitado superar otros viejos demonios de nuestra convivencia); de ahí la reconstrucción democrática el país reconocida internacionalmente; de ahí el más largo período de crecimiento económico y social que ha tenido el país; de ahí la superación de los intentos extremistas de dinamitarlo todo (el terrorismo de ETA y los Grapo como ejemplos); de ahí la alternancia política y la integración en el espacio de la convivencia europea.

40 años después, de una derrota entonces –otra derrota- y de una victoria luego –memorable- para el conjunto del país, sería deseable dejar de mirar hacia atrás y considerar superada la primera mitad del siglo XX. Dejar  para los historiadores y académicos su análisis y explicación. Mirar hacia adelante, hacia el nuevo mundo que se está configurando en el que no tendremos gran papel excepto el de mostrar nuestro modelo –el modelo europeo- que es el mejor en términos de libertad, igualdad y fraternidad. Con todas las carencias que se quieran destacar en estos tres conceptos, pero que es innegablemente superior a cualquier otro modelo que se quiera comparar con él.

Pero no estamos satisfechos. Algunos miran hacia atrás y denuncian las renuncias que se hicieron –y que todavía se hacen- para rendir justicia al pasado y las carencias que todavía existen en el presente. Otros miran hacia adelante y temerosos de lo que viene –en lugar de asumir sus potencialidades- se afanan en defenderse dentro de la torre que no es de marfil sino de ladrillo. Ambos extremos contra la transición. Sí, no La Transición, sino la transición de los últimos ochenta años de nuestra historia, desde el enfrentamiento armado con un millón de muertos y unas consecuencias escalofriantes para una gran parte de la población durante muchos años de postguerra hasta el posible debate civilizado democrático de nuestros días. ¿Civilizado?, no es exactamente lo que vemos cada día a través de los medios.

Otra vez en juego la correlación de fuerzas. ¿Hay fuerza para invertir la situación? ¿Hay fuerza para mantenerla o retrotraerla? La tensión vuelve a la sociedad y a las calles. No hay explicaciones convincentes para amplias capas de la población que están al albur de la complejidad de las situaciones del mundo de hoy y que creen, son creyentes, en propuestas que se presentan como posibles y redentoras. La configuración del Estado; su encabezamiento formal; las limitadas –o constreñidas- alternativas disponibles con los recursos existentes –a pesar de su innegable volumen-; las posibilidades existentes de progreso si se consiguen construir consensos elementales.

Pues así estamos, volviéndonos a pelear a unos niveles cada vez más deplorables. Los contextos internacionales no ayudan. El exacerbado egoísmo de los poderosos –y misteriosos- mercados todavía menos. La rapidez e inmediatez de la información –y de la desinformación- enerva a la ciudadanía. Volvemos a estar encima de un volcán como hace cien años, también a pesar de la prosperidad general.

La superación de la guerras globales, calientes o frías; la construcción de estructuras que han enterrado antagonismos históricos; la desaparición de alternativas globales; la asunción de nuevos retos medioambientales a los que enfrentarse; el avance vertiginoso de nuevos conocimientos extendidos por todo el mundo… ¿son, quizá, sólo una etapa brillante de nuestra historia destinada a concluir?

5 de diciembre.