*(a todos mis amigos vascos/as)
El año no empezó con la última campanada de la Nochevieja. Empezó a las 9 de la mañana del 30 de diciembre con la explosión de la bomba en la T-4.
Nos secaron la corriente de ilusión desatada el marzo con el anuncio de la tregua permanente de ETA y todo lo que siguió. Sólo hace falta recordar que decían la mayoría de los deseos que se envía la gente en las fiestas de Navidad: la palabra más repetida era Paz. Repasad también las entradas de muchos blogs que empezaban a hacer resúmenes del año, y lo que decían los comentaristas y opinadores. Creo que a casi todo el mundo nos cogió desprevenidos. Habíamos creído que era posible.
¿Qué lo hacía pensar? Había partido de ellos, parece. La situación, por más iluminado que se esté, era (es y será) insostenible para los terroristas. Nunca pueden ganar esta guerra. La panorama internacional tras el 11-S en Nueva York tampoco les ayuda nada. En frente, en el Estado, había gente con ganas de hablar. La cosa sería larga, dura y difícil. Habrían estorbos por ambos bandos, pero pocos pensábamos que se acabaría fácil y tan rápidamente. La apuesta, además, se lo merecía.
Si, ya sé. Había puntos débiles, incluso inquietantes. La unidad de los demócratas, el rebrote de la kale borroka, el robo de las armas, las declaraciones pesimistas, la presión de calle en los dos lados,... Pero creimos que eran parte del juego, que se tenía que sortear. Era preciso tener confianza. ¡Ingenuos! Se han impuesto los “duros”.
Y, ¿ Ahora qué? Desgraciadamente para los demócratas solo queda la vía policial y judicial. Ningún otro gesto podemos hacer ante los que hablan con las bombas y asesinan a ciudadanos. Si quieren salir de ello tendrán que hacer gestos convincentes y creíbles para nosotros. Estamos escaldados.
Pero podemos ir con la cara bien alta. Desde el Presidente del Gobierno a todos los que le hemos apoyado. A la más pequeña posibilidad que hemos tenido lo hemos probado. El fracaso no se nos puede imputar. Se nos puede decir que fuimos demasiado optimistas, pero creo que debíamos serlo.
Ahora vuelve a empezar otra época de plomo que hay que desear que sea corta para que no se prolonguen los sufrimiento de los ciudadanos.
Mataró, 8 de enero.
El año no empezó con la última campanada de la Nochevieja. Empezó a las 9 de la mañana del 30 de diciembre con la explosión de la bomba en la T-4.
Nos secaron la corriente de ilusión desatada el marzo con el anuncio de la tregua permanente de ETA y todo lo que siguió. Sólo hace falta recordar que decían la mayoría de los deseos que se envía la gente en las fiestas de Navidad: la palabra más repetida era Paz. Repasad también las entradas de muchos blogs que empezaban a hacer resúmenes del año, y lo que decían los comentaristas y opinadores. Creo que a casi todo el mundo nos cogió desprevenidos. Habíamos creído que era posible.
¿Qué lo hacía pensar? Había partido de ellos, parece. La situación, por más iluminado que se esté, era (es y será) insostenible para los terroristas. Nunca pueden ganar esta guerra. La panorama internacional tras el 11-S en Nueva York tampoco les ayuda nada. En frente, en el Estado, había gente con ganas de hablar. La cosa sería larga, dura y difícil. Habrían estorbos por ambos bandos, pero pocos pensábamos que se acabaría fácil y tan rápidamente. La apuesta, además, se lo merecía.
Si, ya sé. Había puntos débiles, incluso inquietantes. La unidad de los demócratas, el rebrote de la kale borroka, el robo de las armas, las declaraciones pesimistas, la presión de calle en los dos lados,... Pero creimos que eran parte del juego, que se tenía que sortear. Era preciso tener confianza. ¡Ingenuos! Se han impuesto los “duros”.
Y, ¿ Ahora qué? Desgraciadamente para los demócratas solo queda la vía policial y judicial. Ningún otro gesto podemos hacer ante los que hablan con las bombas y asesinan a ciudadanos. Si quieren salir de ello tendrán que hacer gestos convincentes y creíbles para nosotros. Estamos escaldados.
Pero podemos ir con la cara bien alta. Desde el Presidente del Gobierno a todos los que le hemos apoyado. A la más pequeña posibilidad que hemos tenido lo hemos probado. El fracaso no se nos puede imputar. Se nos puede decir que fuimos demasiado optimistas, pero creo que debíamos serlo.
Ahora vuelve a empezar otra época de plomo que hay que desear que sea corta para que no se prolonguen los sufrimiento de los ciudadanos.
Mataró, 8 de enero.
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