*(artículo para Capgros.com)
El día a día se impone.
Quisiera hablar del mundo y de su evolución económica, y más ahora que regreso de una visita oficial por el Oriente que alguna pincelada del que pasa me ha dejado. ¿Qué está pasando con la incorporación acelerada de un tercio de la población mundial a los circuitos económicos de los que habían estado al margen secularmente?
También podría hablar de la actividad legislativa con la que hemos empezado el nuevo periodo de sesiones en el Congreso. De la dinámica de transposición y adaptación a nuestra normativa de las disposiciones emanadas de Europa. ¿Qué representa para la “soberanía nacional” la existencia de una instancia por encima de los Estados, instancia voluntaria creada por ellos mismos y que paulatinamente va configurando una nueva y potente administración superior?
También podría volver a incidir en la marcha de la economía con los últimos datos, por ejemplo en la reducción de la inflación, o los movimientos empresariales que se están produciendo en sectores estratégicos, o en la tramitación del importante Estatuto del Trabajo Autónomo.
Pero la vida política española está marcada por los dos temas que la han lastrado en los últimos años: el tema vasco y el tema catalán. No conseguimos desembarazarnos de ninguno de los dos. No conseguimos lograr unos puntos de estabilidad por aparcarlos por alguna generación, y poder así encarar otros problemas, que desde mí punto de vista, son más cruciales. No lo conseguimos.
Los esfuerzos que se han hecho desde el actual Gobierno en ambos temas han sido considerables. En el caso vasco, intentando nuevamente, como lo hicieron otros Gobiernos de signo diferente, abrir vías de diálogo por acabar y cerrar el conflicto. En el caso catalán, abriendo en profundidad una segunda fase de descentralización del Estado en el marco de las posibilidades que permite la Constitución del 78. Los últimos movimientos de la judicatura, y en su máxima cúpula, abren incertidumbres plausibles sobre si también será imposible que se logre este intento. El problema es catalán, pero tal y como está yendo el proceso en su extensión a otras comunidades autónomas, se extenderá a todo el proceso descentralizador. Por cierto, esta semana el Congreso ha dado luz verde por una nueva reforma estatutaria, la de las Islas Canarias.
Pero estos dos temas no avanzan por la frontal oposición del principal partido de la oposición, el PP. Hecho a tener especialmente en cuenta puesto que es la única alternativa existente hoy. Esta frontal oposición obedece a dos aspectos. El primero estratégico, de concepción. Es una visión radicalmente diferente del resto de fuerzas políticas del que se debe hacer. En el caso vasco, sólo la lucha total hasta su aniquilamiento de la ETA, sin ninguna concesión a los resquicios para ofrecerles una salida teniendo en cuenta la innegable base social existente. No es que desde las otras fuerzas políticas se vea la cosa muy diferente, especialmente el abandono de la violencia para hablar. Pero de la intransigencia a la flexibilidad siempre hay un recorrido. En el caso catalán es el miedo ancestral de aquella visión de España que la ve una y única y que le cuesta, o no quiere, aceptar su diversidad que todo proceso descentralizador favorece, y que de triunfar la supera completamente.
Pero además de esta opción estratégica se añade una voluntad táctica de erosionar al Gobierno Zapatero hasta límites extremos. Si bien es cierto que el papel de la oposición no es el de facilitar las cosas al Gobierno de turno, también es cierto que este papel debe tener, en una visión de Estado, unos límites que no se pueden traspasar. Con su oposición frontal se corre el riesgo, sino se ha llegado a él ya, de producir una rotura en el cuerpo social y llevarnos a un enfrentamiento civil de consecuencias imprevisibles. ¿Otra vez las dos Españas?
¿Cómo continúa la vida cotidiana en el País Vasco si no se llega a un punto de diálogo y de acuerdo? ¿Cómo se ajusta el sentimiento nacional catalán si se anula el costoso y complicado proceso que se ha hecho en los últimos tiempos? El problema no es quien gana este partido. La vida continúa, pero, si no sale bien, ¿Cómo continúa? ¿Qué salidas se dan a los dos temas, el vasco y el catalán, para que no representen elementos de inestabilidad permanente de nuestra vida colectiva? Hasta 1975 en la historia de España sólo se cerraron puertas. Ahora no es posible esta solución. ¿O algunos piensan que sí?
Madrid, 8 de febrero.
El día a día se impone.
Quisiera hablar del mundo y de su evolución económica, y más ahora que regreso de una visita oficial por el Oriente que alguna pincelada del que pasa me ha dejado. ¿Qué está pasando con la incorporación acelerada de un tercio de la población mundial a los circuitos económicos de los que habían estado al margen secularmente?
También podría hablar de la actividad legislativa con la que hemos empezado el nuevo periodo de sesiones en el Congreso. De la dinámica de transposición y adaptación a nuestra normativa de las disposiciones emanadas de Europa. ¿Qué representa para la “soberanía nacional” la existencia de una instancia por encima de los Estados, instancia voluntaria creada por ellos mismos y que paulatinamente va configurando una nueva y potente administración superior?
También podría volver a incidir en la marcha de la economía con los últimos datos, por ejemplo en la reducción de la inflación, o los movimientos empresariales que se están produciendo en sectores estratégicos, o en la tramitación del importante Estatuto del Trabajo Autónomo.
Pero la vida política española está marcada por los dos temas que la han lastrado en los últimos años: el tema vasco y el tema catalán. No conseguimos desembarazarnos de ninguno de los dos. No conseguimos lograr unos puntos de estabilidad por aparcarlos por alguna generación, y poder así encarar otros problemas, que desde mí punto de vista, son más cruciales. No lo conseguimos.
Los esfuerzos que se han hecho desde el actual Gobierno en ambos temas han sido considerables. En el caso vasco, intentando nuevamente, como lo hicieron otros Gobiernos de signo diferente, abrir vías de diálogo por acabar y cerrar el conflicto. En el caso catalán, abriendo en profundidad una segunda fase de descentralización del Estado en el marco de las posibilidades que permite la Constitución del 78. Los últimos movimientos de la judicatura, y en su máxima cúpula, abren incertidumbres plausibles sobre si también será imposible que se logre este intento. El problema es catalán, pero tal y como está yendo el proceso en su extensión a otras comunidades autónomas, se extenderá a todo el proceso descentralizador. Por cierto, esta semana el Congreso ha dado luz verde por una nueva reforma estatutaria, la de las Islas Canarias.
Pero estos dos temas no avanzan por la frontal oposición del principal partido de la oposición, el PP. Hecho a tener especialmente en cuenta puesto que es la única alternativa existente hoy. Esta frontal oposición obedece a dos aspectos. El primero estratégico, de concepción. Es una visión radicalmente diferente del resto de fuerzas políticas del que se debe hacer. En el caso vasco, sólo la lucha total hasta su aniquilamiento de la ETA, sin ninguna concesión a los resquicios para ofrecerles una salida teniendo en cuenta la innegable base social existente. No es que desde las otras fuerzas políticas se vea la cosa muy diferente, especialmente el abandono de la violencia para hablar. Pero de la intransigencia a la flexibilidad siempre hay un recorrido. En el caso catalán es el miedo ancestral de aquella visión de España que la ve una y única y que le cuesta, o no quiere, aceptar su diversidad que todo proceso descentralizador favorece, y que de triunfar la supera completamente.
Pero además de esta opción estratégica se añade una voluntad táctica de erosionar al Gobierno Zapatero hasta límites extremos. Si bien es cierto que el papel de la oposición no es el de facilitar las cosas al Gobierno de turno, también es cierto que este papel debe tener, en una visión de Estado, unos límites que no se pueden traspasar. Con su oposición frontal se corre el riesgo, sino se ha llegado a él ya, de producir una rotura en el cuerpo social y llevarnos a un enfrentamiento civil de consecuencias imprevisibles. ¿Otra vez las dos Españas?
¿Cómo continúa la vida cotidiana en el País Vasco si no se llega a un punto de diálogo y de acuerdo? ¿Cómo se ajusta el sentimiento nacional catalán si se anula el costoso y complicado proceso que se ha hecho en los últimos tiempos? El problema no es quien gana este partido. La vida continúa, pero, si no sale bien, ¿Cómo continúa? ¿Qué salidas se dan a los dos temas, el vasco y el catalán, para que no representen elementos de inestabilidad permanente de nuestra vida colectiva? Hasta 1975 en la historia de España sólo se cerraron puertas. Ahora no es posible esta solución. ¿O algunos piensan que sí?
Madrid, 8 de febrero.
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