10 marzo, 2010

Transparencia. Ahora, el patrimonio.

Desde el primer día del presente mes de marzo en la ficha individual de cada diputado/a que está en la web pública del Congreso figura la declaración de actividades que obligatoriamente debemos formular al inicio de cada mandato y cada cuando hayan variaciones.

Lo que cobramos de sueldo los diputados/as también es público. Ya hace tiempo que en la misma página web -no de forma individualizada- se puede saber el importe por los conceptos por los cuáles se nos retribuye y las dietas (que no son retribuciones) que podemos percibir.

Ahora, algunos, ya han propuesto el siguiente hito a conseguir: la publicación de nuestro patrimonio. La declaración de lo que tenemos ya hace tiempo que se hace, pero no es pública. Creo que es adecuado que sea así. Hasta aquí.

Por esto, quiero manifestar mi discrepancia sobre esta nueva pretensión. Entiendo que los que cobramos del erario público tengamos que ser transparentes en esto. Que se conozca qué cobramos y que no incurrimos en incompatibilidades reguladas y establecidas.

¡Hombre!, ya me gustaría a mí también conocer los costes salariales y los beneficios obtenidos por los bienes y servicios que adquiero y si también los que me los proporcionan tienen incompatibilidades. Desde el pescado que compro en la plaza, al diario que leo o al uso del cajero automático de mi entidad financiera. Pero, vaya, ya entiendo que la opacidad y demanda de transparencia sólo va hoy en una sola dirección. Es fácil pedir cuentas a los que vivimos del excedente y muy conveniente para el funcionamiento de una democracia.

Pero el patrimonio es una cosa personal y privada. Quizás es fruto de circunstancias externas a quien lo tiene, o de actitudes personales de comportamiento que no entiendo por qué han de estar en la boca y el conocimiento público. El patrimonio puede venir de trayectorias históricas familiares, de decisiones de vida sobrevenidas por suerte o por búsqueda interesada, por comportamientos individuales austeros, avaros, prudentes, pródigos, rigurosos o despreocupados.

¿Por qué he de explicar que fruto de estas u otras vicisitudes tengo lo que tengo? Si lo que obtengo, las rentas, me lo gasto bien o mal, si ahorro mucho o poco, si lo que tengo, lo uso o lo contemplo, es un tema y problema exclusivamente personal del que no creo que tenga que dar ninguna explicación.

Seguramente este comportamiento personal se traducirá casi de una forma mimética, o no, en el estilo de ejercer las responsabilidades públicas con los resultados consiguientes. Lo que se debe valorar en un político es la gestión del trabajo encomendado y sus propuestas para la vida colectiva. No lo que hace de puertas adentro de su vida privada mientras esté dentro las normas legales y pautas de convivencia generalmente aceptadas.

Madrid, 4 de marzo.

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