Hay quién se extraña y escandaliza de loscomportamientos toscos de algunos diputados en su actividad en sede parlamentaria. Los comportamientos inadecuados mientras se producen en el
debate interno, entre los electos, se toleran mejor (son cosas de los
políticos) que cuando se producen en las comisiones de investigación con los comparecientes
externos. Lo que estos días está pasando a la Comisión de investigación del Parlamento de Cataluña del caso de las
participaciones preferentes emitidas por las cajas de ahorro es un buen ejemplo
de ello. ¿Cómo se atreven algunos
diputados a dirigirse a distinguidos “prohombres” de nuestra respetable (?)
comunidad financiera en los términos groseros que lo han hecho?
Sí, claro, no es agradable que se pierdan las formas
en el debate político y en el ejercicio mismo de la política. Las formas son
importantes para la dignificación del ejercicio de la representación popular,
al menos en una cierta medida. Pero, ¿no se dan cuenta estos que ahora levantan
la voz que todo ello no es nada más que el resultado de la prepotencia de los
poderosos y de su carencia de sensibilidad respecto a los humildes?
Probablemente los comportamientos altivos hubieran sido más aceptados, o no se les
hubiera dado tanta importancia, si el resultado de la actividad de los de
arriba hubiera redundado en beneficio del pueblo. Cuando lo que ha pasado es
justamente a la inversa, es normal que los afectados por los resultados
desastrosos, quizás involuntariamente conseguidos pero irrebatibles, de los que
tenían las altas responsabilidades políticas o económicas los cuestionen, los
vituperen y los juzguen severamente con palabras y actitudes fuera de tono.
Hay que comprenderlo y asumirlo como inevitable. No se
puede pretender en una sociedad abierta que los malos resultados no sean vistos
como fechorías si los perjudicados son los de abajo y los causantes se salen de
ellos sin responsabilidades ni sufrimientos correlativos.
Había otras soluciones en el caso de la necesaria
capitalización de las cajas de ahorro que no pasaban por la propuesta de
conversión de los depósitos de ahorradores corrientes y sencillos en
participaciones en el capital con el riesgo, como acabó pasando, de que los
perdieran. La solución adoptada no hubiera provocado ningún descalabro, como ha
pasado ahora, de no haber sido por la crisis financiera que se ha llevado por delante
la mitad del sistema bancario español. Pero el riesgo se ha materializado.
Podía pasar, sino ya no sería riesgo, seguramente era, podía ser, previsible, y
ha pasado. Podía haber habido una capitalización con dinero público, cosa que
al final también se ha tenido que producir, pero este era un tema tabú para el establisment político, para el pensamiento
dominante, y sobre todo para el establisment
financiero, abrir o explorar esta posible vía. Ahora, -que todo se ha ido a pique,
con la satisfacción de algunos poderosos que ven su situación incrementada y
mejorada y con el sufrimiento de bastantes y el arrinconamiento de muchos más-,
¿porqué, de qué, se tienen
que extrañar que haya comportamientos ciudadanos y de representantes políticos
que se pueden considerar inadecuados? Todo el mundo cosecha lo que siembra. Si los ricos hacen la guerra
a los pobres y los abruman y aplastan, ¿cómo piden aún que éstos mantengan las
formas? Pero, ¿no se dan cuenta que su insensibilidad es la que hace hervir la
rabia de la indignación popular? ¿La historia no les ha enseñado nada? Pues, si es así, estaremos
condenados a repetirla.
Pocas placas como esta podrán ponerles a las actuales
clases dirigentes, políticas y económicas, en el futuro.
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