Hoy hace cinco años que ETA asesinó a Ernest Lluch.
Fue mi primero “jefe” cuanto empecé a trabajar en el año 1968, en un equipo de economistas y de estudiantes de económicas (yo era de estos últimos), en la elaboración del “Plan del Área de Acción Inmediata” que era el nombre que entonces se daba a lo que hoy se conoce como segunda corona metropolitana de Barcelona. Análisis de la población: pirámides de edad, procedencia, ocupación, estudios, ... Localización e inversiones industriales... Después lo reencontré a mitad de los años setenta en la construcción del Partido de los Socialistas Cataluña. Desde entonces, por motivos orgánicos y de procedencia, él de Vilassar de Mar, yo de Cabrils y Mataró, siempre nos tratamos. Trabajador incansable, cotilla y chismoso empedernido, culé (¡cuánto hubiera disfrutado con el 0-3 de sábado!), y siempre dispuesto a explicarte cosas. Recuerdo, muy vivamente, una estancia mía en Donosti/San Sebastián con motivo de la inauguración del Kursaal, invitado por el Alcalde, amigo común de Ernest y mío, Odón Elorza. Me hizo de cicerone por los paisajes y las personas, mostrándome toda la estima que tenía por aquella tierra y por sus gentes.
En el verano del 2000, cenando en casa de Pili González y Ramon Manent, Ernest reflexionaba en voz alta sobre si era conveniente que fuera al País Vasco puesto que se sabía amenazado, y me pareció que estaba lejos de nuestras preocupaciones de las que le queríamos hablar (el Tecnocampus).
Con motivo de su asesinato escribí un artículo en “El Punt”, como tanta gente hizo aquellos días en todos los medios. Lo titulé “El último encuentro” en recuerdo de la novela del mismo título de Sandor Marai que me recomendó Ernest aquella noche de agosto.
Ahora, el próximo miércoles, si puedo, iré a la presentación en Madrid del libro que recoje sus últimos escritos, que leídos a la luz de la vida política del momento actual conservan su vigencia.
Mataró, 21 de noviembre.
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