Antonio Luis Hernández me explicó que había un grupo de gente joven del Partido en Madrid (de la vieja F.S.M. ahora son P.S.M.) ligados principalmente al mundo municipal, concejales/las, técnicos, que hacían de vez en cuando una cena a la que invitaban a algún personaje que les explicase cosas. Querían hablar de municipalisme y creyó conveniente proponerles mi nombre. Yo, que no lo dudo, y hacia Pozuelo de Alarcón.
Ocuparon en exclusiva un pequeño bar-restaurante. Eramos unos veinte, más chicas que chicos, y a mí me colocaron estratégicamente bajo una camiseta dedicada de Raúl. ( Josep, mi hijo, culé empedernido, no me lo perdonará nunca). Eran, chicos y chicas muy jóvenes, de la edad de mis hijos. ¡Vaya! dispuesto, como “el abuelo cebolleta” a explicar batallitas.
Hablamos de temas de Ayuntamientos, pero como que de fondo lo que había era, ¡Como no!, el Estatuto, empecé explicando la formación del P.S.C., y sus especiales relaciones con el P.S.O.E., con una pequeña excursión parecida por la F.M.C. y la F.E.M.P. Les dije que la situación del mundo local en el año 79 (del siglo pasado) obligó a hacer un trabajo que diferencia los electos de antes de los de ahora. Entonces nos tuvimos que remangar, partir de bajo cero y construirlo todo de nuevo. Que ahora las cuestiones básicas ya están resueltas y que la tarea es de otra clase. Les expliqué muchas anécdotas vividas, que creo que es un buen ejercicio pedagógico.
Pero como he dicho antes el tema en el que estaban más interesados era el Estatuto. Que, ¿Cómo era que se había iniciado el proceso? ¿Por qué había salido el texto que estaba sobre la mesa? ¿Cómo era que el P.S.C. lo había avalado? ¿Qué creía que pasaría al Congreso? ¿Cómo veía la posición de los socialistas españoles con el tema?
Ya es conocido que no soy demasiado partidario de todo esto, pero creí conveniente intentar hacer comprender a aquellos jóvenes madrileños qué había pasado. Desde el ambiente nacionalista que se vive en Cataluña, recordando los veintitrés años de Gobierno de Pujol, pasando por la correlación de fuerzas en el Parlamento; la sensación de luchar continuamente contra las resistencias centralistas; las dificultades de tener que asumir inevitablemente el “café para todos”; las diferencias culturales, básicamente lingüísticas; la integración de la vieja y de la nueva inmigración; el sentimiento de injusticia fiscal (autopistas, por ej.) y la voluntad de modernización de la administración pública. De la visión que se tiene d’España desde la periferia. Y, evidentemente, la situación marginal a la que están condenados los Ayuntamientos.
Intenté, no hace falta decir que sin éxito, exponer mi visión de cuál debería ser el papel de la Administración de los Estados en el mundo de hoy, que no tiene nada a ver con su presencia en el territorio como piensan los que yo creo que son antiguos, pero que tampoco aceptarían los nacionalistas puesto que los consagraría como políticos y administradores de segunda. Más Bruselas, y menos Barcelona, Sevilla o La Coruña. Les tranquilicé, atrevidamente, sobre el final del proceso del Estatuto, puesto que ellos, lógicamente no están tanto preocupados, que también, por la reforma concreta sino como quedará el socialismo español después de esta aventura. Y constaté, una vez más, como se ha ido a pique la imagen que Maragall tenía en las Españas. No entienden como ha podido hacer lo que ha hecho, no se lo esperaban. Ahora lo ven más nacionalista que socialista, más antiguo que moderno, y esto les duele mucho, especialmente a los jóvenes.
¡Ah! ¡Cuánta necesidad de pedagogía y paciencia hace falta para que todos comprendan mejor los procesos que han conducido a las situaciones actuales y a los deseos y aspiraciones de unos y de otros! De cómo democráticamente se pueden resolver visiones diferentes y o/antagónicas, y no sólo en el campo del imaginario social colectivo, sino también en todos los campos de la vida.
Bien, como que a mí me gusta hacer de maestrillo, y estar a disposición de la gente, salí contento del encuentro. No puedo hablar de lo que nos dieron de comer puesto que no pude estar pendiente del plato, aunque recuerdo gratamente un huevo frito con setas y un mejillón “relleno” que estaban muy buenos.
Mataró, 25 de noviembre.
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