Tengo la intuición, que creo bastante real, que en nuestras sociedades opulentas y acomodadas se está produciendo una escisión en el cuerpo social. Hay un evidente grueso de población que vive bien. Los “signos externos de riqueza” lo indican: Casas, coches, vacaciones, restaurantes, consumo en general,..., van en la marcha general de la economía, a todo trapo. Incluso, publicaciones “progresistas” hacen obscenos suplementos de lujo y despilfarro. Pero, ¿Este grueso es muy amplio o mayoritario? No, ciertamente. Paralelamente, creo que hay otro grueso de población que pese a tener resueltas las necesidades primarias, hecho no muy difícil hoy en día, sufre y vive con angustia. Y crece el mal humor. ¿Puede llegar a producirse una revuelta? ¿Se manifestará aisladamente? Y si pasa, ¿Qué?
Frente esta situación, posible o hipotética, hay dos posiciones. La que piensa que si crece el conjunto las desigualdades no son un problema, y la que piensa que el mantenimiento o incremento de las desigualdades será una rémora por el desarrollo colectivo.
Situado personalmente en la segunda posición y repasando algunos problemas sociales pienso que habría que actuar enérgicamente en algunos frentes. El Estado del Bienestar (enseñanza, sanidad, pensiones) está logrado. Pero, ¿Está bien logrado para las condiciones del mundo de hoy? O, ¿Está logrado para situaciones ya superadas? ¿Hay nuevas fronteras que atender?
La compleja economía del mundo de hoy tiene muchas consecuencias más allá de las estrictas relaciones laborales. De estas también sería preciso hablar mucho. Retribuciones desiguales según calificación; jornadas y horarios de trabajo; inadecuación de conocimientos; ciclos vitales de las empresas; fraccionamiento de la producción y distribución de bienes; aparición de nuevas actividades;...
Pero, quisiera apuntar tres aspectos de la vida cotidiana que afectan de forma distinta al grupo al que las cosas le van razonablemente bien y al grupo que no le van tan bien. La diferencia está en los recursos económicos, que disponen unos y otros.
La movilidad obligada como factor de crispación y enojo social.
La vivienda como lugar por desarrollar la vida más allá del trabajo.
La enseñanza como necesidad vital, a todas edades, para estar en el mundo.
Del mismo modo que tiempo atrás dar seguridad y oportunidades era conveniente para las circunstancias que había, ahora, logrados aquellos retos, debemos fijarnos en nuevas fronteras que ensanchen las perspectivas de los ciudadanos/as y especialmente den esperanza y sosiego a los más desfavorecidos. Si queremos una sociedad en que todos estén, donde todo el mundo se sienta incluido, en la que haya una gran participación social y política, debemos quitar el lastre que representa para amplias capas de la población las desazones que las afectan más allá de la comida y el vestido, la actual escuela, la sanidad o las pensiones.
El mundo de hoy es suficiente rico para ofrecer a sus habitantes más que la simple supervivencia. Les puede dar amplias perspectivas de realización, pero para esto hay que afrontar otros retos.
No obstante, no dejan de ser paradójicas estas preocupaciones de las sociedades ricas frente la miseria que todavía hay en grande parte del planeta, o las consecuencias ambientales que se derivan de nuestro modelo de sociedad. Estos son otros temas a considerar.
Madrid, 22 de noviembre.
Frente esta situación, posible o hipotética, hay dos posiciones. La que piensa que si crece el conjunto las desigualdades no son un problema, y la que piensa que el mantenimiento o incremento de las desigualdades será una rémora por el desarrollo colectivo.
Situado personalmente en la segunda posición y repasando algunos problemas sociales pienso que habría que actuar enérgicamente en algunos frentes. El Estado del Bienestar (enseñanza, sanidad, pensiones) está logrado. Pero, ¿Está bien logrado para las condiciones del mundo de hoy? O, ¿Está logrado para situaciones ya superadas? ¿Hay nuevas fronteras que atender?
La compleja economía del mundo de hoy tiene muchas consecuencias más allá de las estrictas relaciones laborales. De estas también sería preciso hablar mucho. Retribuciones desiguales según calificación; jornadas y horarios de trabajo; inadecuación de conocimientos; ciclos vitales de las empresas; fraccionamiento de la producción y distribución de bienes; aparición de nuevas actividades;...
Pero, quisiera apuntar tres aspectos de la vida cotidiana que afectan de forma distinta al grupo al que las cosas le van razonablemente bien y al grupo que no le van tan bien. La diferencia está en los recursos económicos, que disponen unos y otros.
La movilidad obligada como factor de crispación y enojo social.
La vivienda como lugar por desarrollar la vida más allá del trabajo.
La enseñanza como necesidad vital, a todas edades, para estar en el mundo.
Del mismo modo que tiempo atrás dar seguridad y oportunidades era conveniente para las circunstancias que había, ahora, logrados aquellos retos, debemos fijarnos en nuevas fronteras que ensanchen las perspectivas de los ciudadanos/as y especialmente den esperanza y sosiego a los más desfavorecidos. Si queremos una sociedad en que todos estén, donde todo el mundo se sienta incluido, en la que haya una gran participación social y política, debemos quitar el lastre que representa para amplias capas de la población las desazones que las afectan más allá de la comida y el vestido, la actual escuela, la sanidad o las pensiones.
El mundo de hoy es suficiente rico para ofrecer a sus habitantes más que la simple supervivencia. Les puede dar amplias perspectivas de realización, pero para esto hay que afrontar otros retos.
No obstante, no dejan de ser paradójicas estas preocupaciones de las sociedades ricas frente la miseria que todavía hay en grande parte del planeta, o las consecuencias ambientales que se derivan de nuestro modelo de sociedad. Estos son otros temas a considerar.
Madrid, 22 de noviembre.
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